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Sueño encendido.
¿Para qué existe la poesía? La belleza ¿sirve de algo? ¿Qué se puede hacer con la armonía? ¿Qué soluciones dan los colores? Estas son algunas preguntas que anoto mientras recorro las salas de arte contemporáneo del Museo de mi ciudad. Vine hasta aquí para despejarme un poco; para dejar atrás las noticias que me agobian: recrudece la guerra al otro lado del mundo, la crisis ecológica nos asfixia como nunca antes, la injusticia social crece desmesuradamente. Esas primeras preguntas –que podrían parecer inocentes– apuntan, en realidad, a desarmar la consabida autonomía del arte respecto de lo social: un lujo que ya no podemos –ni queremos– darnos.
En una cultura obsesionada por el éxito llamativo, el acortamiento de todo proceso y la preponderancia de lo grandilocuente, obras como las de Carla Beretta desafían todos nuestros preceptos. Lo importante, en estas obras, sucede justo afuera de ellas, hacia donde no estamos mirando; parecen advertirnos que mientras nos deleitamos con las composiciones textiles de planos coloridos y la materialidad háptica de sus papeles, hay algo todavía urgente a lo que atender. La transformación de lo terrible en belleza, de eso se trata el abordaje de Carla; pero atención, porque esta operación no busca la anestesia propia de los medios de comunicación que operan desde la lógica del consumo para insertar sus mensajes. En todo caso, se trata de la predisposición subjetiva inherente a la poesía y al arte, vale decir, la contemplación aquietada, la escucha de una vibración sensible: eso que habita en el trasfondo, para quien se tome el tiempo de buscarlo.
Si bien es una obra que fácilmente se podría leer como dentro de la tradición de la abstracción geométrica, lejos está del imperativo de autonomía que este movimiento tenía como objetivo. Este estilo, tuvo su origen en el suprematismo de Kasimir Malevich y en el neoplasticismo de Piet Mondrian; desligado de la representación, se interesó en las bases matemáticas de la composición y los experimentos sistemáticos con el color, los que serían usados para subrayar vínculos estructurales dentro del lienzo. Al atender a cuestiones meramente plásticas, buscaban promover la total autonomía del acto artístico, como diciendo “esto que pasa en la obra no hace referencia a nada que suceda allá afuera”. Carla opera en las antípodas de esta premisa. Sus piezas, todas ellas, suceden de la emergencia y el cruce de hechos sociales concretos y una aguda sensibilidad plástica. En cada obra el input de un relato de injusticia, dolor o espanto se convierte en output compositivo, cromático y matérico. Las quemas desaforadas del entorno del Paraná, su observación pasmada e impotente, la angustia que esto provoca es aquello que informa y motiva la producción de obras que hoy se exhiben bajo el título de Sueño encendido
Los colores siempre cambiantes del entorno del río Paraná es la fuente a la que abreva Carla para diseñar la paleta con la que luego compone estos textiles geométricos de factura prolija, aunque no obsesiva: está la mano presente, la costura a la vista, el revés insinuado, alguna arruga dejada. Estamos en su taller, en las afueras de Rosario, y mientras despliega un Irupé señala que últimamente, la paleta fue incorporando más y más grises como reflejo de las incesantes quemas que hoy amenazan los humedales. Detrás de nosotras, apoyados en el piso del taller, uno al lado del otro, descansan los papeles. “Hacía tiempo que no pintaba y tenía ganas de hacerlo –me cuenta Carla, mientras recorro con mis dedos el revés de una de sus piezas– la idea fue hacer textiles de papel: colores para utilizar como telas que se vincularan con el río, las islas, el agua, la flora y la fauna del Paraná”. En el cuerpo de obras de Carla Beretta encontramos la voluntad de disolver ciertos pares de binomios que articulan la historia de la mirada: figura y fondo, forma y contenido, descarte y utilidad, abstracción y figuración, ilusión y verosimilitud, luz y oscuridad, digital y artesanal. “No buscaba los colores exactos tomados de la realidad –aclara y me muestra una serie de fotos en las que es todo humo–, sino que se trata de miscolores del río, del río en el que yo habito y que, a su vez, me habita”. La obra se sitúa justamente entre estos polos, operando desde la tensión sutil de los extremos y, en numerosas ocasiones, ofreciendo un reposado intermedio que, en lugar de negar la polaridad, la pone en escena. “Descubrí que cada papel reaccionaba de forma sensible al agua cargada de pintura –observa Carla al mismo tiempo que va sacando más papeles coloreados– así, entendí que esos papeles expresaban algo, que eran especiales”.
Mientras dejo atrás las salas de arte contemporáneo del Museo de mi ciudad y camino sobre una alfombra de flores de jacarandá, me doy cuenta que es muy probable que nunca pueda dar con una respuesta a las preguntas que me hice más arriba. Respiro y el aire liviano de la tarde me hace sentir bien. Se mezcla ese bienestar con las obras que todavía siguen reverberando como un eco en mi percepción. Entonces, mientras entiendo que poder hacerme estas preguntas es lo que realmente importa, me llega un mensaje de whatsapp. Es Carla. Me dice que está feliz de haber encontrado el título para esta muestra y me lo hace llegar junto con la poesía que le da contexto. Voy a dejar aquí este relato para que vos, lectorx, saques tus propias conclusiones y si la belleza no sirve para nada, por lo menos tenemos a Juan L. Ortiz para acompañarnos en este viaje:
Otoño, celeste puro, exaltado, entre nubes de humo, que baja hasta una dulce palidez entre una tenue gloria de vapores. Otoño sobre las rosas, otoño del mediodía. Las cosas encantadas en un sueño encendido. Las chispas, sólo, de las hojas aleteando.
Lic. Mariana Rodríguez Iglesias
Curadora y crítica de arte
Buenos Aires, Otoño de 2022
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Ignited dream.
What is the purpose of poetry? What is beauty for? What can be done with harmony? What solutions do colors provide? I ask myself these questions as I walk around the rooms of contemporary art at the museum of my city. I came here to clear my mind; to leave behind the overwhelming news: on the other side of the world war breaks out again, the environmental crisis is asphyxiating as never before, social injustice grows out of control. Those initial questions –which might seem naive– actually aim to defy the common separation of art from social issues: a luxury we can longer afford, and we do not want to afford.
In a culture obsessed with flamboyant success, that seeks to shorten every kind of process, and where grandiloquence prevails, Carla Beretta’s work challenges all our biases. What is important in her pieces is what happens outside them, where we are not looking. They seem to warn us that as we enjoy her textile compositions of color planes and the haptic materiality of her papers, there is yet something more urgent to acknowledge. Carla’s work is about transforming horror into beauty; but be careful! She is not after the anesthetic effect of mass media that operates from the logic of consumerism to get their message across. In any event, her work is about the subjective predisposition inherent to poetry and art; in other words, quiet contemplation, the listening of a sensitive vibration, i.e. the overtones of her work for whoever looks into it.
Even though her output could easily fit the category of geometrical abstraction, it departs from the imperative autonomy that defined that movement. That style originates with the suprematism of Kasimir Malevich and the neoplasticism of Piet Mondrian. Removed from representation, it focuses on the mathematics of composition and the systematic experiments with color, which underline the structural bonds within the canvas. Addressing merely visual issues, they promote the autonomy of the artistic act, as if saying “whatever happens inside the work bears no reference with what happens outside.” Carla operates on the antipodes of that premise. All her works result from the intersection of concrete social facts and an acute visual sensibility. In her works, the input from a narrative of injustice, pain or horror becomes compositional, chromatic and material output. The outrageous burning of the wetlands around the Paraná river, the impotent witnessing of this as it happens, and the anguish this provokes, drive the production of Ignited Dream.
The ever changing colors around the Paraná serve as the source of Carla’s palette for her geometrical textiles, neat but not obsessive: her hand is present, the sewing at sight, the reverse implied, some creases left on purpose. We are in her workshop, in the outskirts of Rosario, and as she unfolds an Irupé she mentions that lately, her palette has been incorporating more and more gray, mirroring the constant burnings that threaten the wetlands. Behind us, the papers lie on the floor, one next to the other. “It had been a long time since I had painted, and I felt like doing so –Carla says as I trace the back of one of her pieces with my fingers– the idea was to make textiles of paper: to paint colors planes as if they were fabrics that relate to the river, the islands, the vegetation, the fauna of the Paraná river.” In Carla’s work, we find the will to dissolve some binaries that articulate the history of seeing: foreground and background, content and form, usefulness and disposability, abstraction and figuration, illusion and plausibility, light and darkness, digital and crafted. “I wasn’t looking for the exact colors taken from reality –she clarifies as she shows me some photos where all you see is smoke– but it’s about my colors for the river, the river I inhabit, and the river that inhabits within me.” Her work lies between these two ends, on the tensions between them. It often provides a relaxed middle ground, which doesn’t deny its opposites, but on the contrary, brings them out. “I discovered that every paper sensitively responded to the water mixed with paint –Carla observes, as she takes out more painted papers– that’s how I got to understand that those papers expressed something; that they were special.”
As I leave behind the exhibition rooms of contemporary art at the museum and walk over a carpet of jacaranda flowers, I realize that probably I will never find answers to the questions I asked myself above. I breathe the light air of the afternoon, and it feels good. It blends with the joy of the works that still resonate in my perception. As I realize what really matters is that I can ask myself those questions, I get a WhatsApp message. It’s Carla. She is happy she found the name for the exhibition and sends it to me along with a poem that contextualizes it. I shall leave the narrative here, so that you, the reader, can draw your own conclusions. And if beauty is good for nothing, at least we have Juan L. Ortiz to accompany us on this journey:
Fall, pure light blue, bold, among clouds of smoke, descends to a sweet paleness among the faint glory of steam. Fall over roses, Fall at midday. Enchanted things in an ignited dream. The sparks, alone, of flapping leaves.
Mariana Rodríguez Iglesias, BA
Curator and art critic
Buenos Aires, Fall 2022