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PARANÁ
Carla Beretta y Juan Sorrentino
“Yo no sé nada de ti” le escribe el poeta entrerriano Juan Laurentino Ortiz al río Paraná. En esta alabanza, nos muestra al río mesopotámico como una presencia insondable, que se resiste a ser comprendida. Y si es imposible cruzar el mismo río dos veces, también lo es abarcar su esencia, su completa existencia, ni una sola vez. La artista rosarina Carla Beretta (1965) y el artista Juan Sorrentino (1978), nacido en Chaco y residente en la Ciudad de Buenos Aires, abdican de la naturaleza inaprehensible del río, para indagarlo, reconocerlo y simbolizarlo en obras de las más diversas materialidades, como si en la suma de la multiplicidad se pudiera insinuar un atisbo de cabal representación.
Históricamente el río Paraná ha sido un actor fundamental en la construcción y el crecimiento de la ciudad de Rosario que comenzó a desarrollarse como puerto comercial por su ubicación estratégica sobre esta hidrovía, lo que también permitió a la ciudad conectar con el resto del país y con mercados internacionales, impulsando el crecimiento económico y cultural. A lo largo de los siglos, Paraná, Santa Fe, Tigre, entre otras, han experimentado transformaciones similares, con el río actuando como un vínculo vital para el desarrollo comercial, social y cultural de estas comunidades ribereñas. Desde las primeras crónicas de los exploradores de los siglos XVI y XVII, hasta las visiones literarias de poetas y novelistas, el Paraná ha sido un símbolo de la relación entre el hombre y la naturaleza. Este río es, además, un espejo de la memoria colectiva de la región, y en sus aguas se reflejan tanto las transformaciones urbanas como las constantes de la naturaleza.
Para Carla Beretta el río es también parte de su propio paisaje cotidiano y de su historia personal, evocando recuerdos de su infancia y de su abuelo, quien solía cruzarlo a nado. En sus obras no hay una representación mimética del entorno natural, sino figuraciones conceptuales que sugieren sus colores, texturas, sonidos e impresiones. Las obras de Carla se vinculan fuertemente no sólo con el ecosistema con el cual convive, sino también con el contexto histórico y ambiental. Realiza una captura de colores a partir de la fotografía, recuperando con herramientas tecnológicas diferentes paletas, y tomando así como punto de partida el paisaje natural. Prevalece una permanente ambigüedad dada por las técnicas y los materiales, con telas que en ocasiones parecen composiciones pictóricas o papeles que parecen a simple vista textiles. Series como Susurros de orillas, Cuando el agua es el cielo o Secretos de Irupés denotan una aproximación visual dada por las rasgaduras horizontales de las composiciones, a pesar de estar realizadas alternativamente en tela o papel de seda. Esta ambigüedad parte de la búsqueda experimental de la artista, y de su interés por las capacidades expresivas de las texturas de los materiales. Esta ambigüedad también se encuentra presente en la serie Paraná –en la cual las obras individuales se titulan a partir de afluentes de su cuenca–. En este caso los planos de colores evocan composiciones pictóricas concretas, y sin embargo están realizados con retazos de telas cosidas que frente a una contemplación más atenta, revelan no sólo la morbidez del material sino el desflecado de sus bordes.
Carla recupera una parte de la historia de su Rosario natal, donde estuvo ubicada una de las mayores fábricas textiles de Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX, fusionándola con la tradición modernista abstracta. Como señala Ana María Battistozzi, estas composiciones pueden definirse como “paisajes abstractos”2, como referencias naturales a las cuales la artista somete a un proceso mediante el cual aísla y selecciona determinadas cualidades formales que le permiten aprehender la esencia de aquello que desea aludir. Estas interpretaciones subjetivas del paisaje se evidencian, por ejemplo, en series como Cuando el agua es el cielo, donde la artista realiza una abstracción compositiva del fenómeno mediante el cual el agua y el cielo parecen fundirse en un solo color debido a la reflexión de la luz, creando una sensación visual de continuidad sólo interrumpida por la línea de horizonte. O bien se manifiestan –en múltiples series– con la inclusión de tonos grisáceos, que refiere al paisaje modificado por la acción del hombre, a las quema de humedales, situación de mucha gravedad que preocupa a la artista y que desde la pandemia ha empeorado. Entonces no se trata solamente de capturar una imagen o una tonalidad, sino de transmitir lo sombrío de una situación.
Las instalaciones de Juan Sorrentino contrastan y complementan las obras de Carla en el espacio expositivo. Si los sonidos del entorno natural se encuentran evocados en las obras de Carla, estas instalaciones hacen de esos sonidos los protagonistas. Este enfoque no es fortuito, sino que refleja la identidad artística de Juan, quien, formado en composición musical, ha hecho de las obras sonoras un sello distintivo de su producción.En la obra Por el río volveré destaca el modo en que el sonido es utilizado como modelador del paisaje. Los grandes conos de arcilla se convierten en artefactos sonoros que nos sumergen en una atmósfera sonora evocativa del delta del Paraná. A través de este recurso, el artista logra transportar al espectador al corazón de ese paisaje mediante una experiencia sensorial compleja, donde lo sonoro se convierte en un puente entre espacios físicos distantes y diversos. Aquí la arcilla de los conos –que ya desde su color marrón rojizo remite al río– guarda también una relación matérica con los sedimentos del Paraná, el cual en su curso transporta y deposita partículas de arcilla y limo en sus márgenes.
La obra Polvareda dispone del sonido de una manera completamente diferente, instrumentalizando las propiedades físicas de las ondas sonoras para generar movimiento. La frecuencia del sonido interactúa con los objetos a su alrededor, produciendo que las vibraciones movilicen el polvo en el espacio. Esta acción no sólo destaca la capacidad de las ondas sonoras para alterar lo que las rodea, sino que además establece una conexión con el entorno material. Como en Por el río volveré, el polvo igualmente marrón rojizo remite al color del río y se convierte en una representación tangible de sus sedimentos, enlazando la obra con el paisaje natural y el proceso de erosión que este río experimenta.La potente video-instalación titulada El último paisaje lleva la reflexión hacia una dimensión aún más profunda y personal. Aquí el artista registra en video una caída desde un avión hacia el río, capturando el último paisaje visible antes de impactar contra la superficie del agua. Esta pieza, dedicada a Norberto Armando Habegger, tío del artista desaparecido durante la última dictadura cívico-militar, remite directamente a los vuelos de la muerte realizados durante la dictadura sobre el río Paraná, el río de la Plata, y otros. En este sentido, la obra no sólo se presenta como una reflexión estética sobre la desaparición y la violencia de aquellos tiempos, sino también como un testimonio que se convierte en un acto de memoria histórica, conectando el sufrimiento personal con el paisaje natural, que actúa como un testigo silencioso de los horrores de la dictadura.
Las obras de Carla Beretta y Juan Sorrentino abordan el río Paraná desde perspectivas y formatos diversos. Carla, a través de la ambigüedad material y la evocación sensorial, nos invita a sentir el río en sus distintas capas históricas y naturales, recuperando la importancia del cuidado de la naturaleza y su resiliencia; mientras que Juan, por medio del sonido y del movimiento, nos recuerda la implacable influencia de su presencia en el paisaje. Juntos nos ofrecen una visión polifacética de este espacio que es a la vez tangible y etéreo. Mientras que el río Paraná sigue fluyendo, ambos artistas lo reconfiguran en una convergencia de memoria, transformación y resistencia, ofreciendo una visión compartida que trasciende las fronteras entre lo natural y lo histórico, lo sensorial y lo simbólico.En El río sin orillas, Juan José Saer dice “El fragmento de Heráclito, No se entra dos veces enn el mismo río, y aun la variante radical de uno de sus discípulos, Nadie entra nunca enn ningún río, podría admitir, para la circunstancia, una versión más adecuada: cada uno trata de entrar, infructuoso, como en un sueño, en su propio río”3. Son sus propios ríos los que los artistas nos ofrecen en esta muestra. Porque el río es una entidad incierta, que en su grandeza y fugacidad es reflejo tanto de lo propio como de lo inalcanzable. Quizás a eso se deban los tenaces intentos por conjurarlo.
Sofía Jones
Historiadora del Arte - UBA